EL ALMA DE LOS PROSCRITOS
Tal vez, en esta mañana fría de enero, ella no haya muerto todavía. Tal vez en algún lugar lejano, entre el silencio y el olvido, se encuentre sentada en un sillón, frente a la ventana, con su tez blanca y su cabellera despeinada. Tal vez con el cloruro mórfico y la impotencia, haya encontrado fuerzas para salir huyendo de su cuerpo inservible que ya no la cobijaba. Tal vez esta paloma blanca sea su alma que se escapa de mis manos y vuela deprisa para ponerse a salvo de la nevada.
La vida no es más que una palabra de cuatro letras que se escapa con tan sólo pronunciarla, hay que verla partir de los ojos de un amigo para saber cuánto vale. No estoy orgulloso de lo que tengo ni de lo que hago, sólo intento aprender a vivir de lo que veo, de lo que siento, de lo que amo. Tal vez para mi sea más dura que para otros y en muchas ocasiones mis recuerdos son el único sustento que pospone mi partida.
Tal vez ya nunca la recuerde con la cabeza perdida, dando tumbos en la noche por los pasillos, tal vez ya nunca la recuerde postrada en su lecho, apurando el último aliento, tal vez esta paloma blanca, como el alma de un proscrito, se adueñe de mi mente y embellezca mis recuerdos para siempre, como aquel día que la conocí en su habitación y me contaba las peripecias de París, cuando era una niña de la guerra.
Tal vez, en esta mañana fría de enero, ella no haya muerto todavía. Tal vez en algún lugar lejano, entre el silencio y el olvido, se encuentre sentada en un sillón, frente a la ventana, con su tez blanca y su cabellera despeinada. Tal vez con el cloruro mórfico y la impotencia, haya encontrado fuerzas para salir huyendo de su cuerpo inservible que ya no la cobijaba. Tal vez esta paloma blanca sea su alma que se escapa de mis manos y vuela deprisa para ponerse a salvo de la nevada.
La vida no es más que una palabra de cuatro letras que se escapa con tan sólo pronunciarla, hay que verla partir de los ojos de un amigo para saber cuánto vale. No estoy orgulloso de lo que tengo ni de lo que hago, sólo intento aprender a vivir de lo que veo, de lo que siento, de lo que amo. Tal vez para mi sea más dura que para otros y en muchas ocasiones mis recuerdos son el único sustento que pospone mi partida.
Tal vez ya nunca la recuerde con la cabeza perdida, dando tumbos en la noche por los pasillos, tal vez ya nunca la recuerde postrada en su lecho, apurando el último aliento, tal vez esta paloma blanca, como el alma de un proscrito, se adueñe de mi mente y embellezca mis recuerdos para siempre, como aquel día que la conocí en su habitación y me contaba las peripecias de París, cuando era una niña de la guerra.
FLORES EN LA ENTRADA
Aquella noche al fin, Modesto dio el “sí
quiero” a Benita. Ella se lo había pedido ya por activa y por pasiva, sin
embargo él ignoraba la petición amorosa y negando suavemente con la cabeza,
continuaba con su trabajo.
RUINAS Juan Bote Valero. |
Desde que lo conoció, estuvo perdidamente
enamorada del joven; su tez morena de corte italiano, su bata blanca impoluta y
aquella sonrisa mañanera que causaba estragos irreparables en su frágil
corazón. Nunca antes había sido tan feliz amando a un hombre como ahora, las
buganvillas de su puerta estaban más rojas que nunca y su fuego interno la
consumía contemplando aquellos ojos tan negros.
Aunque siempre estaba despierta
esperándolo, él entraba sigiloso en la habitación para no perturbar su
descanso. Aquel era el mejor momento del día, Benita sentía como la desnudaba
con cuidado, como sus manos de hombre recorrían cada palmo de su cuerpo y
suspendida de aquellos brazos tan fuertes se convertían en una paloma herida,
aleteando de esquina a esquina de la cama.
Aquella noche Benita estaba especialmente
feliz y de tanto amor como sentía ni siquiera podía articular palabra. Modesto
la miraba más que nunca y permanecía inmóvil, sentado junto a la cama,
acariciándole la frente y la mejilla. De repente, ella apretó su mano con más
fuerza que de costumbre y con una sonrisa en la boca, dejó que sus ojos se
fueron apagando lentamente. Él se acercó a su oído y en voz baja le dijo; “si
quiero Benita, si quiero…” , pero ella ya no contestó.
In Memoriam de Benita querida por todos.
MADAME TEZ BLANCA.
Esta mañana, como tantas otras, me he acercado a ella
para preguntarle cómo había dormido. Su exuberante cabellera blanca estaba algo
alborotada, confiriéndole un toque de elegancia a su tez blanca y delicada. Le
he dicho
con voz redondeada: -Bonjour madame, êtes-vous un peu decoiffurée -
Siempre me dirijo a ella en francés, fue una niña de la guerra y pasó su
infancia en Paris, en el seno de una familia republicana, aún conserva en su
mirada el dolor de aquellos años sin sus padres. -Je suis un peu desolée
monsieur.- Me ha contestado con una voz armoniosa y en un prefecto francés.-,
Pero ¿cómo puede decirme eso Madame?, mire que mañana tan radiante entra por
la ventana- Ha inclinado un poco la cabeza para mirar al jardín, a través de
los visillos y han inspirado suavemente como queriendo captar el fresco de la
mañana. – Otras tienen un marido para darle martirio y a mi ; me lo está dando
este cáncer que muerde mi pecho como un perro - .
Conozco perfectamente su historia clínica, aún así,
cuando la he escuchado de su boca, me he derrumbado y he tenido que sentarme en
la cama junto a ella. Se ha incorporado con el brío que le permiten sus noventa
años y con sus manos suaves me ha apretado las mejillas. – No tiene
importancia, amigo, ¿quieres usted ser mi marido ?- Nos hemos abrazado los dos
sonriendo. Ella, a pesar de estar desahuciada por la medicina, ha triunfado
como mujer y yo a pesar de estar perfectamente, he fracasado como hombre y como
director de residencia geriátrica.
EL CRISTO DE LA LEGIÓN.
Parecía impropio que aquella voz tan nítida
saliera de aquel cuerpo tan derrotado: “No quiero irme con Dios, ese, ese…, ese
ya me ha amargado bastante la vida…”. Mi experiencia en estos casos me dictaba
que era mejor permanecer en silencio y mirarle fijamente a los ojos, esbozando
una sonrisa. Enseguida me di cuenta que su pecho iba espaciando lentamente las
inspiraciones y el rojo de su piel se tornaba poco a poco en un rosa satinado
como el nácar.
EL CRISTO DE LA LEGIÓN |
“Cuando era un niño, el cura de mi pueblo
me obligó a casarme de noche para poder acristianar a mi hijo y honrar a la
única mujer que ha significado algo en mi vida…”. Respondía al nombre de
Patricio y en los tatuajes de su cuerpo podía leerse en tinta azul la historia
desgarradora de su vida. En el pecho izquierdo tenía una corona de espinas con
tres clavos aguzados y en el derecho un corazón con vitola en la que podía
leerse el nombre de Julia. “Todos decía de mi que yo era un rebelde y tal vez
por esos mis tres hijos lo creyeron… Dios me arrebató a la mujer cuando más
falta me hacía y entre mis brazos se quedó dormida como un pajarito.” Aún
recuerdo como sus grandes ojos verdes se llenaron de reflejos, mientras
continuaba diciéndome: “y ahora me tiene aquí tirado en esta cama sin poder ni
moverme.” Aparte una vía de hidratación que le atravesaba la vena y puse mi
mano tapando a un Cristo de la Legión que tenía tatuado en el antebrazo. “Yo no
quiero irme con Dios…” se repetía una y otra vez, mientras brotaban nuestras
lágrimas sin que nadie nos viera.
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