ULTIMAS VOLUNTADES


EL ALMA DE LOS PROSCRITOS




   Tal vez, en esta mañana fría de enero, ella no haya muerto todavía. Tal vez en algún lugar lejano, entre el silencio y el olvido, se encuentre sentada en un sillón, frente a la ventana, con su tez blanca y su cabellera despeinada. Tal vez con el cloruro mórfico y la impotencia, haya encontrado fuerzas para salir huyendo de su cuerpo inservible que ya no la cobijaba. Tal vez esta paloma blanca sea su alma que se escapa de mis manos y vuela deprisa para ponerse a salvo de la nevada.
       

      La vida no es más que una palabra de cuatro letras que se escapa con tan sólo pronunciarla, hay que verla partir de los ojos de un amigo para saber cuánto vale. No estoy orgulloso de lo que tengo ni de lo que hago, sólo intento aprender a vivir de lo que veo, de lo que siento, de lo que amo. Tal vez para mi sea más dura que para otros y en muchas ocasiones mis recuerdos son el único sustento que pospone mi partida. 

     Tal vez ya nunca la recuerde con la cabeza perdida, dando tumbos en la noche por los pasillos, tal vez ya nunca la recuerde postrada en su lecho, apurando el último aliento, tal vez esta paloma blanca, como el alma de un proscrito, se adueñe de mi mente y embellezca mis recuerdos para siempre, como aquel día que la conocí en su habitación y me contaba las peripecias de París, cuando era una niña de la guerra.

FLORES EN LA ENTRADA


Aquella noche al fin, Modesto dio el “sí quiero” a Benita. Ella se lo había pedido ya por activa y por pasiva, sin embargo él ignoraba la petición amorosa y negando suavemente con la cabeza, continuaba con su trabajo.

RUINAS Juan Bote Valero.
Desde que lo conoció, estuvo perdidamente enamorada del joven; su tez morena de corte italiano, su bata blanca impoluta y aquella sonrisa mañanera que causaba estragos irreparables en su frágil corazón. Nunca antes había sido tan feliz amando a un hombre como ahora, las buganvillas de su puerta estaban más rojas que nunca y su fuego interno la consumía contemplando aquellos ojos tan negros.

Aunque siempre estaba despierta esperándolo, él entraba sigiloso en la habitación para no perturbar su descanso. Aquel era el mejor momento del día, Benita sentía como la desnudaba con cuidado, como sus manos de hombre recorrían cada palmo de su cuerpo y suspendida de aquellos brazos tan fuertes se convertían en una paloma herida, aleteando de esquina a esquina de la cama.

Aquella noche Benita estaba especialmente feliz y de tanto amor como sentía ni siquiera podía articular palabra. Modesto la miraba más que nunca y permanecía inmóvil, sentado junto a la cama, acariciándole la frente y la mejilla. De repente, ella apretó su mano con más fuerza que de costumbre y con una sonrisa en la boca, dejó que sus ojos se fueron apagando lentamente. Él se acercó a su oído y en voz baja le dijo; “si quiero Benita, si quiero…” , pero ella ya no contestó.

                                        In Memoriam de Benita querida por todos.



MADAME TEZ BLANCA.



     Esta mañana, como tantas otras, me he acercado a ella para preguntarle cómo había dormido. Su exuberante cabellera blanca estaba algo alborotada, confiriéndole un toque de elegancia a su tez blanca y delicada. Le he dicho

con voz redondeada: -Bonjour madame, êtes-vous un peu decoiffurée - Siempre me dirijo a ella en francés, fue una niña de la guerra y pasó su infancia en Paris, en el seno de una familia republicana, aún conserva en su mirada el dolor de aquellos años sin sus padres. -Je suis un peu desolée monsieur.- Me ha contestado con una voz armoniosa y en un prefecto francés.-, Pero ¿cómo puede decirme eso Madame?, mire que mañana tan radiante entra por la ventana- Ha inclinado un poco la cabeza para mirar al jardín, a través de los visillos y han inspirado suavemente como queriendo captar el fresco de la mañana. – Otras tienen un marido para darle martirio y a mi ; me lo está dando este cáncer que muerde mi pecho como un perro - .

     Conozco perfectamente su historia clínica, aún así, cuando la he escuchado de su boca, me he derrumbado y he tenido que sentarme en la cama junto a ella. Se ha incorporado con el brío que le permiten sus noventa años y con sus manos suaves me ha apretado las mejillas. – No tiene importancia, amigo, ¿quieres usted ser mi marido ?- Nos hemos abrazado los dos sonriendo. Ella, a pesar de estar desahuciada por la medicina, ha triunfado como mujer y yo a pesar de estar perfectamente, he fracasado como hombre y como director de residencia geriátrica.

EL CRISTO DE LA LEGIÓN.


     Parecía impropio que aquella voz tan nítida saliera de aquel cuerpo tan derrotado: “No quiero irme con Dios, ese, ese…, ese ya me ha amargado bastante la vida…”. Mi experiencia en estos casos me dictaba que era mejor permanecer en silencio y mirarle fijamente a los ojos, esbozando una sonrisa. Enseguida me di cuenta que su pecho iba espaciando lentamente las inspiraciones y el rojo de su piel se tornaba poco a poco en un rosa satinado como el nácar.

EL CRISTO DE LA LEGIÓN
     “Cuando era un niño, el cura de mi pueblo me obligó a casarme de noche para poder acristianar a mi hijo y honrar a la única mujer que ha significado algo en mi vida…”. Respondía al nombre de Patricio y en los tatuajes de su cuerpo podía leerse en tinta azul la historia desgarradora de su vida. En el pecho izquierdo tenía una corona de espinas con tres clavos aguzados y en el derecho un corazón con vitola en la que podía leerse el nombre de Julia. “Todos decía de mi que yo era un rebelde y tal vez por esos mis tres hijos lo creyeron… Dios me arrebató a la mujer cuando más falta me hacía y entre mis brazos se quedó dormida como un pajarito.” Aún recuerdo como sus grandes ojos verdes se llenaron de reflejos, mientras continuaba diciéndome: “y ahora me tiene aquí tirado en esta cama sin poder ni moverme.” Aparte una vía de hidratación que le atravesaba la vena y puse mi mano tapando a un Cristo de la Legión que tenía tatuado en el antebrazo. “Yo no quiero irme con Dios…” se repetía una y otra vez, mientras brotaban nuestras lágrimas sin que nadie nos viera.



















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