Tal vez, en esta
mañana fría de enero, ella no haya muerto todavía. Tal vez en algún lugar
lejano, entre el silencio y el olvido, se encuentre sentada en un sillón,
frente a la ventana, con su tez blanca y su cabellera despeinada. Tal vez con el
cloruro mórfico y la impotencia, haya encontrado fuerzas para salir huyendo de
su cuerpo inservible que ya no la cobijaba. Tal vez esta paloma blanca sea su
alma que se escapa de mis manos y vuela deprisa para ponerse a salvo de la
nevada.
La vida no es más que una palabra de
cuatro letras que se escapa con tan sólo pronunciarla, hay que verla partir de
los ojos de un amigo para saber cuánto vale. No estoy orgulloso de lo que tengo
ni de lo que hago, sólo intento aprender a vivir de lo que veo, de lo que
siento, de lo que amo. Tal vez para mi sea más dura que para otros y en muchas
ocasiones mis recuerdos son el único sustento que pospone mi partida.
Tal vez ya nunca la
recuerde con la cabeza perdida, dando tumbos en la noche por los pasillos, tal
vez ya nunca la recuerde postrada en su lecho, apurando el último aliento, tal
vez esta paloma blanca, como el alma de un proscrito, se adueñe de mi mente y
embellezca mis recuerdos para siempre, como aquel día que la conocí en su
habitación y me contaba las peripecias de París, cuando era una niña de la
guerra.
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