jueves, 22 de mayo de 2014

LA LUZ DE LA AMISTAD



Madrid 15 de noviembre de 2013

Jomo Kenyata

La vida se valora por los momentos en los que alguien nos roba un pedacito de corazón. Sewe Sawa era un guerrero Luo Kenyata que me acompañaba a comprar fruta a Mercamadrid. Cuando bajábamos de la furgoneta de la Residencia, todo el mundo nos miraba por el contraste que hacíamos; yo tan blanco y rubio y él tan negro y espigado. Tras comprar la mercancía, entrabamos a desayunar en cualquier cafetería del mercado más populoso de España y desde allí empezábamos a soñar delante de un par de cafés con leche.

Era de la misma Tribu que el padre de Obama y sentía una devoción incondicional por Nelson Mandela. Quería escribir un libro, contando su vida de cuando estuvo en Nairobi y de sus barrios más pobres; Kibera o korogocho. Yo lo animaba y le decía que tenía mucho que contarnos a los españoles, pero que el mercado editorial de nuestro país era una autentica vergüenza.

De todas formas, más que escritor, era un verdadero Juglar contemporáneo. En su español, con acento inglés-africano, me contaba las mas bellas historias de Kisumu, su lugar de nacimiento y me mostraba el blanco de sus ojos, cuando miraba hacía arriba recordándolas…. Se sentía el hombre más orgulloso del mundo por hacer feliz a su jefe que le invitaba a desayunar y yo me sentía el ser más cobarde del tierra por no poder ir a Kenia a poner en práctica todo lo que sé de agricultura y no me vale para nada.

Una tarde de verano se fue buscando el aroma del Jomo Kenyata y dejó plantado su trabajo. Me robó un pedacito del corazón y la cabeza repleta de historias.

Asante sana Gerar.


Madrid jueves 23 de mayo de 2014

Eugenio Formisano, Sewe Sawa y yo
     Nadie en esta vida es lo que desea, la verdad exacta no existe y el lugar perfecto para vivir se encuentra dentro de uno mismo. Sewe Sawa, mi amigo, el guerrero Luo Queniata del que un día os hablé, ha venido a visitarnos esta mañana a la residencia.

      Hace un par de años regresó al sueño dorado de su país, a la sagrada tierra de sus antepasados, pero él ya no era el mismo que salió de Kenia. Volvió con los bolsillos vacíos y la cabeza llena de ideas revolucionarias que de nada sirven para sobrevivir en un gueto de Nairobi. Me dijo: “todo en mi país es un enorme interrogante que yo no puedo resolver”, me di cuenta que miles de gacelas veloces se escapaban de sus labios y se desvanecían entre nosotros.

      Con el resto de legalidad que quedaba en sus papeles, volvió a Europa y arañado trabajos infames, ha estado viviendo en Francia, Suiza,  Alemania y Dinamarca.  Ha aprendido cosas muy útiles en estos países, como por ejemplo a dormir con los ojos abiertos para que no te echen de una sala calefactada de la Hauptbahnhof de Berlín y saber la hora exacta de apertura del primer burger de Champ Élyssés y cuyos baños no tienen clave en la puerta… “Uno es feliz si se encuentra bien consigo mismo”, se repetía una y otra vez mientras me contaba sus vicisitudes por este viejo continente.


      Estos años de crisis han cambiado sus pensamientos,  todavía no ha terminado su libro para que yo pueda corregírselo y Mandela ha muerto sin que hayamos podido estrechar su mano. Ahora ya no habla de sueños ni de futuro, ahora sólo habla de un Dios Verdadero al que yo maldigo, pero que a él le salva de todas sus adversidades y le ha conseguido un trabajo de camarero en Estocolmo con el que puede pagar una habitación.  Sé que los milagros son una falacia y que la verdad exacta no existe, aunque lo verdaderamente cierto es que esta mañana yo he abrazado a mi amigo y que nuevamente la luz sencilla de su persona ha iluminado mi corazón.  

 Hakuna matata Sewe.



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