Últimamente
cuando me asomo a contemplar una obra Arte e intento rebuscar en la mente del
artista que la realizó, suelo encontrarme con que muchos de ellos quieren,
sueñan, intentan desaparecer del mundo real.
Yo, no sé si alguna vez habré hecho arte, lo cierto es que esa sensación
extraña de desvanecimiento, de abandono, de huida de la realidad ha sido una
nota dominante en la forja de mi personalidad actual.
Ese
estado de sublimación que yo vengo a llamar ahora en este artículo cómo “la cuarta dimensión” , a veces me ha obsesionado mucho más que el fruto
artístico que hubiera podido nacer de ese estado catártico o abstractivo en el
que me he encontrado sumergido.
No es
fácil de definir lo que me pasa en ese momento mágico, ni siquiera me doy
cuenta cuando llego a El, el tiempo que permanezco sumergido dentro de esas
aguas y el susto que me llevo cuando despierto al mundo real. Lo que
me pasa a mí, en la actualidad, estoy seguro que se trata con pastillas, pues
no llego a ello por una situación de atontamiento o de despiste, sino que todo
lo contrario; pues sucede siempre tras un estado convulsivo de lecturas,
contemplación de imágenes que considero maravillosas y sonidos encantadores que
llegan a mi mente desde cualquier foco emisor.
De esta forma puede parecerme bello el sonido de una cañería en medio
del silencio de la noches, mientras escribo un poema o el hallazgo de un bello
púbico en medio de la blancura impoluta de mis sábanas.
Cuando
me identifico mucho con una obra de arte, -lo que no quiere decir que sea
buena, pues soy firme candidato a un síndrome de Stendhal consumado- suelo
alabarla en exceso y si es posible y conozco al artista, intento de felicitarle
y vitorearle hasta un extremo que puede parecerle falso y socarrón. Nada más
lejos de mi realidad, es cierto lo que digo y lo que alabo porque realmente lo
siento.
Esta
identificación de la que hablo, está basada en esos encuentros enfermizos que
yo he dado en llamar de la 4ª dimensión y que para mí queda suficientemente
explicada, cuando puedo sentir de una manera casi real, la misma tristeza que
experimenta el músico cuando compone un adagio,
la soledad que experimenta el poeta, sentado en una cafetería cuando compone un
poema de tedio o desamor y el sufrimiento del pintor que pinta la yaga de un
cristo crucificado. Así pues el
video-poema que ahora os presento en esta entrada de mi blog, camina por estos
derroteros que os explico. No intento compararme a nadie, ni siquiera aspirar a la suela de sus sandalias, solamente estoy intentando intimar con Teresa de
Cepeda y Ahumada y en los arrobos que ellas sufría cuando intentaba conectar
con los autores de sus libros o incluso con el mismo
Dios de su locura.
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